Por Lluis Puig
Los insecticidas pueden clasificarse en base a multitud de criterios: naturaleza del compuesto tóxico (inorgánico, orgánico o biológico), forma de obtención (natural o síntesis), forma de aplicación (aerosol, transgénico…), amplitud de espectro de acción, mecanismo de acción, etc. En el presente artículo los enumeraremos en base a su mecanismo de acción.
Entre los que afectan la funcionalidad nerviosa y muscular tenemos: organoclorados, organofosforados y carbamatos, piretroides, neonicotinoides, rianoides y avermectinas.
Los organoclorados, cuyos ejemplos más famosos son DDT y Endrín, son compuestos orgánicos que incorporan cloro en su estructura química. Presentan una elevada efectividad pues afectan especialmente a nivel nervioso. Sin embargo, debido a su elevada persistencia en el medio ambiente, su tendencia a la biomagnificación (a incrementar su concentración a medida que subimos en la pirámide trófica) y su potencial carcinogénico, han sido prohibidos en la mayoría de países industrializados.
Los organofosforados y los carbamatos (Malation, Aldicarb, Diclorvos…) son compuestos orgánicos que incorporan fósforo en su estructura química, y actúan a nivel nervioso como inhibidores de la acetilcolinesterasa (un enzima que neutraliza el neurotransmisor acetilcolina). Fueron llamados a sustituir los organoclorados, dada su mayor seguridad (se desintegran más fácilmente y presentan escasa bioacumulación). Sin embargo, aún siendo muy efectivos continúan siendo tóxicos para humanos y animales en los que a parte del efecto anti-colinesterasa, pueden presentar fenómenos de toxicidad diferida (OPIDN).
Los piretroides son insecticidas sintéticos desarrollados a partir de las piretrinas (sustancias presentes de forma natural en las flores de crisantemo con actividad insecticida). Con más de 1000 compuestos desarrollados, cuentan con la ventaja de su baja toxicidad (lo que significa una menor eficacia) por lo que su uso es habitual a nivel doméstico. Además son relativamente biodegradables y no producen resistencias en los insectos. Como el DDT, interfieren en la funcionalidad de los canales de sodio de la membrana celular, por lo que obstaculizan la función nerviosa. Su elevada seguridad para el hombre ha hecho que reconquisten su perdida popularidad, tanto a nivel doméstico como agropecuario.
Los neonicotinoides (imidacloprid, thiamethoxam…) son derivados sintéticos de la nicotina. Afectan al sistema nervioso de los insectos en mayor medida que al de los mamíferos, por lo que son relativamente seguros, además de no producir resistencias cruzadas con los anteriores. Sin embargo, dada su elevada difusión en el medio ambiente y su potencial asociación con la merma en la población de abejas, han visto restringido su uso de forma importante en Francia y Alemania.
Los rianoides (como la clorantraniliprole) son derivados sintéticos de la rianodina, un alcaloide presente en Ryania speciosa, una flor de Sur américa. Estos producen la muerte por interferir con los canales de calcio del músculo, provocando la muerte del insecto por parálisis espástica (contracciones descontroladas).
Las avermectinas se obtienen de productos de la fermentación del hongo Streptomyces avermitilis. Su acción se media por bloqueo de la transmisión nerviosa entre nervios y músculos, de forma que a parte de insecticidas son acaricidas y antihelmínticos. Así se han usado para multitud de usos, como el control de la sarna en cerdos.
Otra estrategia usada en el control de insectos es impedir su desarrollo vital.
Para ello se cuenta con multitud de compuestos que interfieren en el proceso de la muda. Las benzoilureas, como el diflubenzuron, inhiben la síntesis de quitina (proteína principal del exoesqueleto), por lo que los insectos acaban muriendo. Luego tenemos análogos de hormonas juveniles del insecto como el metopreno, los cuales impiden que la metamorfosis se realice de forma correcta evitando que se formen adultos de los insectos. Dada su inocuidad para mamíferos ha sido usado en la dieta del vacuno para prevenir el desarrollo de moscas en las heces.
Igualmente, las tendencias del mercado a fomentar producciones biológicas han fomentado el desarrollo de estrategias biológicas para el control de insectos, como son: bacterias como Bacillus thuringiensis, que produce sustancias larvicidas (incluso los genes que codifican estos productos han sido utilizado en la generación de transgénicos); los productos del fermento de Saccharopolyspora spinosa también se venden por sus propiedades insecticidas; también son insecticidas los fermentos de Beauveria bassiana y Metarhizium anisopliae; igualmente se han desarrollado la cría de nematodos insecticidas (Steinernema feltiae) e incluso virus (Cydia pomonella granulovirus). Sin embargo, el desarrollo de estas estrategias ha estado más orientado a la producción vegetal.
En lo referente a la forma de aplicación de los insecticidas, esta dependerá de su potencial tóxico para humanos y animales. La forma más habitual es por nebulización, la cual consiste en generar gotas de pequeño tamaño para que difundan fácilmente por el ambiente tratado. Sin embargo, el elevado rango de tamaño de gota perjudica la eficiencia del tratamiento (el insecticida puede no llegar en dosis suficiente a los insectos) y le resta eficacia (los insectos no mueren). Una gota de pequeño tamaño y uniforme permite realizar múltiples aplicaciones más controladas garantizando una mayor transferencia del insecticida al insecto.
Otra forma de aplicación de insecticidas para el tratamiento de animales han sido la inyección mediante aguja hipodérmica. Ésta no es práctica en el caso de la avicultura por cuestión del gran número de animales que se manejan, sobre los que es más habitual aplicar una pulverización.
También es posible el suministro por vía oral, mediante incorporación al alimento. Igualmente, como ocurre con los raticidas también se han formulado cebos atrayentes (feromonas) que contienen el insecticida. Estos están orientados a eliminar insectos que no están la mayor parte del tiempo sobre el animal. Cabe señalar que también se practica inyección de los principios activos en las estructuras, especialmente en el caso de las termitas.
Además del uso de insecticidas, para el control de insectos existen otras alternativas las cuales debemos combinar para maximizar la eficacia de las estrategias.
Estas incluyen el uso de productos alternativos, como son los repelentes y códigos de buenas prácticas para minimizar la proliferación de insectos: mantener un nivel de limpieza e higiene adecuados, limitar el acceso de los insectos a sus recursos básicos (zonas de reproducción, agua y alimento).
En cualquier caso, los insecticidas en su mayoría no son inocuos para humanos y animales, por lo que conviene seguir atentamente las instrucciones del fabricante. Igualmente, dado su elevado poder tóxico algunos requieren ser manipulados por personal especializado.